sábado, 2 de julio de 2016

LA UNIVERSIDAD SIN PUEBLO

Por Ing. Juan Manuel Medina (*)
La Universidad pública en Argentina se ha quedado sin pueblo, sin su pueblo. Está totalmente sumergida en procesos de intensificación academicista, donde la producción de conocimiento es densamente simétrica con los intereses de corporaciones capitalistas conjugadas en el mismo verbo, “hacer”; hacer de la Universidad pública un espacio más de ejecución e investigación de prácticas corrosivas para la propia comunidad universitaria, que alimentan ferozmente sus intereses individuales, destruye los procesos colectivos, interpreta a la educación como un bien, y condiciona con sus grandes presupuestos a la “oligarquía académica”.
La producción de conocimientos en la Universidad ha quedado descontextualizada de la realidad social, cultural, política y económica. Las investigaciones en nuestras Universidades no mantienen un sentido de coherencia y no van de la mano o le dan la espalda a las problemáticas sociales de la comunidad. La agenda de investigación e incluso de docencia, a través de los planes de estudios imperantes, no hace más que proliferar esta insularidad de institución pública del Estado. Aún nos cuesta reconocernos participes de un conglomerado más amplio de eso que llamamos Estado, y esto implica no resolver cuestiones en el interior de la comunidad universitaria, tal como debería ser nuestro compromiso con los que están “fuera” de la comunidad.
Hay una cuestión transversal en este proceso de “contextualizar” la Universidad, y esto es el rol del estudiante y de cómo éstos asumen el protagonismo en esta coyuntura. Es decir de qué manera se movilizan, como se inquietan, como pueden traducir las energías de juventud en cambios profundos de una institución históricamente estática y de privilegiado acceso. En la actualidad los estudiantes vienen “formateados” por una pobre escuela media, que carece de espíritu crítico, donde la relación de poder del docente y estudiante es mucho más precisa y profunda, donde las aulas son la caja de cemento perfecta para implantar el control hegemónico de quién está frente a todos, con un pizarrón verde aburrido, que solo toma dimensión interesante cuando por alguna razón, la tiza dibujada sobre el verde “transmite” algo que puede resultar un poco más atractivo de lo que hoy permite visualizar un celular, una computadora, una notebook, o infinidades de aparatos electrónicos, que injustificadamente están “prohibidos” en el aula. Estos estudiantes provenientes de las escuelas medias, son drásticamente “buscadores” de recetas disciplinares en sus respectivas carreras universitarias. Carecen de pensamiento “crítico”, y la mayoría de las veces se encuentran con docentes universitarios que fortalecen este déficit, por omisión u acción deliberada.
La llama de la Universidad que ilumina al pueblo, se fue apagando, en gran parte porque el pueblo no necesita de fuego, ni iluminarse. Más bien precisa interpelar las instituciones como la Universidad, necesita acceder a los debates entre universitarios. Quiere construir igualdad de derechos, y lo hace a través de las organizaciones sociales, donde se formaliza esa construcción, donde se deposita la militancia y el compromiso por una comunidad socialmente justa. Este mismo pueblo debe apropiarse valiosamente del conocimiento producido en las Universidades, pero siempre que haya contexto de las problemáticas sociales en esa producción,  y poder interpelar o cuestionar ese conocimiento, que en oportunidades les llega como mandato.
Esta Universidad sin pueblo es la que desde hace varios años asfixia a la extensión universitaria, tal como la concebimos hoy, a la que se pretende encorsetar en una definición rígida y omnicomprensiva. Se busca reducirla a las “buenas prácticas” de responsabilidad social de los docentes que realizan la praxis extensionista, como si fuera una empresa; no comprenden los procesos transformadores de compromiso y militancia. Se la acusa de escasa rigurosidad académica, calidad, eficiencia, utilidad, beneficio, producción, todos factores que tienen que ver más con una economía de mercado que realmente con una institución del Estado transformadora de realidades sociales.
La incomodidad que propone la extensión universitaria es inversamente opuesta a las reacciones incoherentes de una corporación elitista, instalada en el “Palacio de saberes” que por momentos se denominan docentes, en otros investigadores, y algunas veces universitarios. Cuando se pretende “romper” el acto educativo tradicional, en esa educación bancaria, donde el docente deposita el saber en aquel ignoto estudiante; se produce una llamativa esterilización de los procesos extensionistas en los planes de estudios, en definitiva desaparecen. No se permite realizar extensión en lo cotidiano de los programas de estudio de las cátedras, sino que llevarlas a cabo en las periferias temporales de la semana, para que los actores protagonistas de estos procesos comprendan que son marginales en el sistema de educación superior.
Para terminar, destacar que la ponderación y profundización de los procesos de extensión universitaria no son el camino más adecuado, sino más bien, el comienzo del trayecto que debe transitar hacia el espacio de la integralidad de funciones, donde simplemente la docencia, investigación y extensión sean prácticas cotidianas de formación en contexto, donde sea natural encontrar procesos de extensión que  alimenten líneas de investigación y de enseñanza, y viceversa. Porque en este duro desafío, encontraremos la democratización del conocimiento generado en una situación de contexto en la comunidad.

Que la falta de pueblo en la Universidad no se naturalice porque de esa manera estaremos ante un instituto ilegitimo de quienes como ciudadanos lo contenemos. 

(*) Coordinador de Extensión de la AUGM/Secretario de Extensión de la UNR
Foto ilustración: Ariel Fontana 

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