Por Ing. Juan Manuel Medina (*)
La Universidad pública en Argentina se ha quedado sin pueblo, sin su pueblo. Está totalmente sumergida en procesos de intensificación academicista, donde la producción de conocimiento es densamente simétrica con los intereses de corporaciones capitalistas conjugadas en el mismo verbo, “hacer”; hacer de la Universidad pública un espacio más de ejecución e investigación de prácticas corrosivas para la propia comunidad universitaria, que alimentan ferozmente sus intereses individuales, destruye los procesos colectivos, interpreta a la educación como un bien, y condiciona con sus grandes presupuestos a la “oligarquía académica”.
La Universidad pública en Argentina se ha quedado sin pueblo, sin su pueblo. Está totalmente sumergida en procesos de intensificación academicista, donde la producción de conocimiento es densamente simétrica con los intereses de corporaciones capitalistas conjugadas en el mismo verbo, “hacer”; hacer de la Universidad pública un espacio más de ejecución e investigación de prácticas corrosivas para la propia comunidad universitaria, que alimentan ferozmente sus intereses individuales, destruye los procesos colectivos, interpreta a la educación como un bien, y condiciona con sus grandes presupuestos a la “oligarquía académica”.
La producción de
conocimientos en la Universidad ha quedado descontextualizada de la realidad
social, cultural, política y económica. Las investigaciones en nuestras
Universidades no mantienen un sentido de coherencia y no van de la mano o le
dan la espalda a las problemáticas sociales de la comunidad. La agenda de
investigación e incluso de docencia, a través de los planes de estudios
imperantes, no hace más que proliferar esta insularidad de institución pública
del Estado. Aún nos cuesta reconocernos participes de un conglomerado más
amplio de eso que llamamos Estado, y esto implica no resolver cuestiones en el
interior de la comunidad universitaria, tal como debería
ser nuestro compromiso con los que están “fuera”
de la comunidad.
Hay una cuestión
transversal en este proceso de “contextualizar” la Universidad, y esto es el rol del estudiante y de cómo
éstos asumen el protagonismo en esta coyuntura. Es
decir de qué manera se movilizan, como se inquietan, como pueden traducir las
energías de juventud en cambios profundos de una institución históricamente
estática y de privilegiado acceso. En la actualidad los estudiantes vienen
“formateados” por una pobre escuela media, que carece de espíritu crítico,
donde la relación de poder del docente y estudiante es mucho más precisa y
profunda, donde las aulas son la caja de cemento perfecta para implantar el
control hegemónico de quién está frente a todos, con un
pizarrón verde aburrido, que solo toma dimensión interesante cuando por
alguna razón, la tiza dibujada sobre el verde “transmite” algo que puede
resultar un poco más atractivo de lo que hoy permite visualizar un celular, una
computadora, una notebook, o infinidades de aparatos electrónicos, que
injustificadamente están “prohibidos” en el aula. Estos estudiantes
provenientes de las escuelas medias, son drásticamente “buscadores” de recetas
disciplinares en sus respectivas carreras universitarias. Carecen de
pensamiento “crítico”, y la mayoría de las veces se encuentran con docentes universitarios
que fortalecen este déficit, por omisión u acción deliberada.
La llama de la
Universidad que ilumina al pueblo, se fue apagando, en gran parte porque el
pueblo no necesita de fuego, ni iluminarse. Más bien precisa interpelar las
instituciones como la Universidad, necesita acceder a los debates entre
universitarios. Quiere construir igualdad de derechos, y lo hace a través de
las organizaciones sociales, donde se formaliza
esa construcción, donde se deposita la militancia y el compromiso
por una comunidad socialmente justa. Este mismo pueblo debe apropiarse
valiosamente del conocimiento producido en las Universidades, pero siempre que haya contexto de las problemáticas
sociales en esa producción, y poder
interpelar o cuestionar ese conocimiento, que en oportunidades les llega como
mandato.
Esta Universidad
sin pueblo es la que desde hace varios años asfixia a la extensión
universitaria, tal como la concebimos hoy, a la que se
pretende encorsetar en una definición rígida y omnicomprensiva. Se busca
reducirla a las “buenas prácticas” de responsabilidad social de los docentes
que realizan la praxis extensionista, como si fuera una empresa; no comprenden
los procesos transformadores de compromiso y militancia. Se la acusa de escasa
rigurosidad académica, calidad, eficiencia, utilidad, beneficio, producción,
todos factores que tienen que ver más con una economía de mercado que realmente
con una institución del Estado transformadora de realidades sociales.
La incomodidad
que propone la extensión universitaria es inversamente opuesta a las reacciones
incoherentes de una corporación elitista, instalada en el “Palacio de saberes”
que por momentos se denominan docentes, en otros investigadores, y algunas
veces universitarios. Cuando se pretende “romper” el acto educativo
tradicional, en esa educación bancaria, donde el docente deposita el saber en
aquel ignoto estudiante; se produce una llamativa esterilización de los
procesos extensionistas en los planes de estudios, en definitiva desaparecen. No se permite realizar extensión en lo
cotidiano de los programas de estudio de las cátedras, sino que llevarlas a
cabo en las periferias temporales de la semana,
para que los actores protagonistas de estos procesos comprendan que son
marginales en el sistema de educación superior.
Para terminar,
destacar que la ponderación y profundización de los procesos de extensión
universitaria no son el camino más adecuado, sino más bien, el comienzo del trayecto que debe transitar hacia el espacio de la
integralidad de funciones, donde simplemente la docencia, investigación y
extensión sean prácticas cotidianas de formación en contexto, donde sea natural
encontrar procesos de extensión que alimenten líneas de investigación y de enseñanza,
y viceversa. Porque en este duro desafío, encontraremos la democratización del
conocimiento generado en una situación de contexto en la comunidad.
Que la falta de
pueblo en la Universidad no se naturalice porque de esa manera estaremos ante
un instituto ilegitimo de quienes como ciudadanos lo contenemos.
(*) Coordinador de Extensión de la AUGM/Secretario de Extensión de la UNR
Foto ilustración: Ariel Fontana
Foto ilustración: Ariel Fontana
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